lunes, 27 de septiembre de 2010

Introducción y el mito de la lluvia.

No somos de aquí, pero aquí estamos. Y "aquí", en este caso, es Bilbao.


Estudiantes y consecuentes con ese significado, creamos este blog para un trabajo de clase. Y empiezo sin tapujos: somos de fuera y aquí las cosas son distintas. Que no peores. Diferentes. De esas cosas tratarán nuestras entradas y esperemos que disfrutéis con ello. O que os entretengan, por lo menos.


Como primera impresión, Bilbao puede dar pie a equivocaciones. Si sabes que es donde está el famoso museo Guggenheim puedes creer que es una ciudad culturalmente atractiva. Si conoces los chistes de los bilbainos puedes creer que es una ciudad socialmente ególatra. Pero si has oído hablar de que siempre llueve, mejor espera a estar aquí y comprobarlo por ti mismo.

Me explico. Personalmente vine preparada, con paraguas y -muy a mi pesar- concienciada de que me mojaría más de lo que me puede gustar mojarme. La verdad es que creía que por aquí nadie usaría el objeto plegable, pues se supone que cuando uno se acostumbra a algo ya no tiene porqué defenderse de ello. Pensaba que la gente iría por la calle sin apenas abrigo. Y según el caso, no estaba tan equivocada. Pero a lo que estan acostumbrados aquí es a gastar mucho dinero en el dichoso "paralluvias". Si llueve y sopla el viento (que suele ser común), a las siete de la tarde Bilbao es un cementerio de paraguas.

Y eso de que llueve siempre, puede que sea así. Al principio temes a que tanta lluvia no vaya a afectar tu estado de ánimo. Luego empiezan algunas semanas lluviosas y sin más, pasan. Te acostumbras a que la lluvia sea algo normal, aunque no te guste. De hecho, así se alegra uno mucho más en los días de sol.

Yo en realidad me imaginaba una incesante marcha acuática. Tenía en mente ropa interior impermeable y todo. ¿Cómo sino se soporta mojarse todos los días? Pero al fin llegas y lo vives. Tu punto de vista cambia. Tu punto de vista se empapa, literalmente. Y sí, cansa. Pero va con el pack.

Viniendo de un sitio en el que cuando llovía todo moría (por ser inusual, o poco común), pensaba que Bilbao sería un muerto permanente. Pero la gente de aquí no tiene problema alguno, así que se contagia la actitud y la lluvia deja de ser molesta. Simplemente es pesada si no se marcha nunca. Como cualquier pesado que conozcáis.

Y sin más preámbulo, dejo aquí el tema.

El mito de la lluvia es cierto, pero no es razón por la que no querer mojarse.